BIENVENIDO A MI SUBMUNDO

...................BIENVENIDO A MI SUBMUNDO......................
“Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina"

domingo, 13 de mayo de 2012

Geraldine





"Debe haber sido una mujer muy hermosa, cuando joven". Esa fue la primera frase que pensé después de haberte visto por primera vez, y también la primera frase que han dicho o pensado para sí mismos todos quienes te han visto. Llevabas una polera ajustada y encima de ella un delantal manchado, unos pantalones de tela lila, y chalas blancas de taco alto. Te acercaste a preguntarnos qué "nos deseábamos servirnos", y yo te quedé mirando pasmado. Tu largo pelo rubio -opaco, teñido- caía delicado sobre tu espalda. La sonrisa de tus labios pintados de carmín era amplia y cálida, mostraba unos dientes amarillentos muy juntitos y largos, signo inequívoco de tu edad, a pesar de la cual seguían allí, aún en pie. Lo que más me fascinó fueron tus ojos...brillantes y rebosantes de vida y sensualidad, maquillados cuidadosamente, se destacaban en medio de tus arruguitas; una quinceañera no podría haber tenido una mirada más fresca y cautivante que la tuya. A pesar de tus ojos y tu cuerpo esbelto y delgado, en algún rincón de tu rostro advertí un atisbo de sufrimiento, la reminiscencia imborrable de un pasado misterioso, las marcas propias de quien ha vivido mucho y ha sufrido bastante. Supuse que tendrías alrededor de 70 años.
- Ya pues, y usté, qué se va a servirse- insististe.
- Eeeeh...eeeh...a mí tráigame...lo mismo que al caballero, por favor - te contesté atolondrado.
- ¿Algo para beber?
- Ehm...un vasito de vino, si es posible.
Tus ojos, tu sonrisa...eras tan hermosa, Geraldine.

- Yo pensé lo mismo cuando la vi. Geraldine, se llama. La Geraldine...- dijo Pedro, siguiéndote con la mirada. Ahí, al escucharlo decir eso, comprendí que había comentado en voz alta "debe haber sido una mujer muy hermosa, cuando joven". La Geraldine. Y desde ese momento, en mi cabeza sólo se comenzó a escuchar tu nombre, como un eco de las palabras de Pedro, como aferrándome a una palabra milagrosa que no quería olvidar jamás. "Geraldine...Geraldine", repetía en mi interior. Desde ese dichoso almuerzo sólo pensé en ti. Más que nunca busqué la compañía de Pedro, me iba a su taller con alguna excusa barata y cada día le sacaba alguna nueva información tuya. Así, al cabo de unas semanas me enteré que al parecer vivías sola, que al parecer tenías un hijo que te visitaba a veces, que tenías los viernes libres (¿qué harías en tus días libres?), que nunca se te había escuchado mencionar tu edad y que nadie sabía nada sobre tu pasado. Le insistía a Pedro para que fuéramos a comer al Chelo.

Al cabo de un tiempo comencé a ir solo. Todos los jueves me iba al Chelo, con la excusa de los porotos granados. Me sentaba en la mesita del fondo, al lado del patio a donde emergían esas puertas misteriosas que nunca supe a qué daban, lo más alejado posible de los borrachitos tristes que frecuentaban el lugar. Allí esperaba ansioso a que me atendieras, Geraldine...y cuando veía que por fin te acercabas mi corazón comenzaba a golpetear furioso dentro de mi pecho. En la vida probé unos porotos granados tan deliciosos, Geraldine, como los que tú me llevabas con tanta majestuosidad, como si en el recorrido que hacías entre la cocina y mi mesa los fueras impregnando de los sabores más misteriosos y exquisitos de la tierra. Aunque el vino era a veces tan malo que me hacía pensar en el reciclado de todos los bigoteados del día anterior, no hubo, Geraldine, vino más agradable a mi paladar como el que tú me llevabas en tus manos de ángel. Nadie te amó como yo, Geraldine, un pobre pescador, un cabro pajarón que nunca fue capaz de decirte que te amaba, un tímido de mierda que nunca fue capaz de siquiera tocar una de tus manos, de tus manos de ángel. Como yo, Geraldine, que juntaba gamba a gamba durante la semana para poder ir los jueves a almorzar al Chelo, y dejarte los mil pesos de propina en el vuelto, para que pudieras tal vez comprarte algo en tu viernes libre.

Desde esa época en que fui feliz, nada ha cambiado mucho en el puerto. Todo sigue igual, se dice que han mejorado las cosas, que ahora hay más trabajo, pero todo sigue igual. Yo ahora estoy casado, y tengo una niñita hermosa, pero sigo yendo los jueves al Chelo. No he querido dejar de hacerlo, Geraldine, porque siento que aún vives allí: te siento caminando gloriosa en el pasillo de la entrada, siento tu perfume en los manteles, en las plantas del patio, veo tu imagen en la ensalada. Pero parece que los porotos los hacen cada vez más desabridos, Geraldine, y el vino viene cada jueves más amargo.

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