Nadie que lo observara se daría
cuenta, a primera vista. Quienes llegaron a conocerlo y entablaron relación con
el, tampoco. La verdad es que nadie nunca llego a saberlo. Había sido enviado a
la Tierra hace más de dos mil años, a cumplir la misión. Un día, en su planeta,
mientras estaba en su cubículo, se le informó lo de la misión y su viaje a la
Tierra. Fue preparado cuidadosamente antes de ser enviado. Se le hizo elegir la
figura humana que deseara, de entre miles de imágenes de hombres y mujeres,
para ser transformado a su semejanza. Escogió la de un hombre moreno y grueso,
de apariencia fuerte. En su planeta eran todos más bien larguiruchos y
sombríos, con largas alas que sobresalían desde sus espaldas. Si un humano los
viera, los confundiría con una mantis, o algún otro insecto. Soportó de buen
grado la transfiguración, le divirtió
muchísimo descubrir entre sus piernas lo que él (y ante el horror de muchas) denominó
posteriormente “espina sexual”, extraño
colgajo de carne, cuya función fue durante mucho tiempo todo un misterio para
él.
Fue entrenado y adiestrado, siempre
virtualmente y dentro de su cubículo, en las costumbres, comportamiento y
formalidades humanas. No las aprendió bien entonces, ni nunca llegaría a
hacerlo bien. Le pareció intrincadísimo el juego aquel; saludos, despedidas,
agradecimientos, disculpas, normas, leyes, respetos varios, maromas con los
cubiertos, vestimenta y demases. Las
relaciones sociales sin duda fueron lo más complicado. En su planeta, cada
individuo vivía y moría en soledad, eternamente alimentados y encerrados en sus
cubículos, y eternamente felices así. Después de millones de años de intentos
fallidos, habían encontrado la forma de vida más sabia y pacífica. No había
conflicto alguno, ni guerras, ni enfermedades, ni sufrimientos. Cada cual se
dedicaba al conocimiento sí mismo, y a través de éste lograban conocer a los
demás, porque eran todos iguales. Dentro de sus cubículos, podían comunicarse
virtualmente entre ellos, y eran libres para hacer allí lo que les diera la
gana. Desde su incubación se la pasaban allí dentro, y sólo salían una vez para
encontrar una pareja sexual y procrear, todo en cuestión de minutos y sin decir
palabra alguna, luego volvían a la feliz soledad de sus cubículos.
Cuando creyeron que estaba preparado,
se le pidió que abordara una nave que durante unos segundos fue adosada a su
cubículo, y emprendió su viaje en la soledad. Le costó tanto comprender el
comportamiento humano, sobre todo el sexual. Los humanos eran capaces de pasar
la vida entera junto a una pareja sexual, o bien buscaban infinidad de parejas
sexuales, sin ningún fin procreativo. Aquello le pareció sumamente aburrido,
siempre fue lo que los demás denominaban un “soltero”, y no solo por decisión
propia; todas las mujeres que habían estado con él terminaban huyendo
espantadas, y considerándolo un grosero y un loco. Curiosamente, en principio
les llamaba mucho la atención, era un hombre infinitamente inteligente, a pesar
de su juventud y torpezas parecía tener la sabiduría de los siglos, y tenía un
algo envolvente, misterioso, “loco” (pero no loco-patológico; eso lo pensaban
después, cuando él las espantaba con sus disparates cósmicos, sus conductas
inapropiadas, escandalosamente
infrahumanas).
Y vino hasta aquí para cumplir la misión,
aunque nunca supo muy bien de qué trataba aquella misión. Se le dijo que era
demasiado peligroso qué el estuviese enterado de ella, que aunque no lo
creyera, los humanos podían llegar a ser muy ingeniosos, y tal vez pudieran
sacarle información. Se le indicó que debía relacionarse con los humanos,
mezclarse entre ellos, tratar de comportarse lo más parecido a ellos. Debía
tomar nota de todo lo que observara, hasta de los detalles más insignificantes.
Noche tras noche, elaboraba un informe detallado con todo lo notado durante el
día, y lo enviaba telepáticamente a sus desconocidos destinatarios, mirando las
estrellas. Se le había prometido que vendrían a buscarlo tan pronto como fuera
posible, que debía ser paciente, pero jamás volvió a recibir noticia alguna de
su planeta, ni del estado de la misión. Y así habían transcurrido más de dos
mil años de Hombre. Pensó que tal vez había fallado en algo, no sabía en qué,
pero que debido a eso había sido abandonado a su suerte en este planeta triste.
Pensó que tal vez el tiempo transcurría de manera distinta aquí y allá, tal vez
mil años de la Tierra equivalían a un día en su planeta. Lamentó no haberse
informado más sobre los asuntos del tiempo y el espacio mientras estaba en su
cubículo. Y aquí estaba, desde hacía dos mil años, caminando alienado entre un
planeta ajeno. Todo era muy aburrido. En un comienzo estaba divertidísimo, le
fascinaba todo, hasta las cosas más insignificantes lo excitaban en extremo.
Sentir emociones, cosa nueva para él, lo volvía loco, sobre todo le fascinaba el
dolor. Durante la Inquisición fue perseguido por hereje, y sobrevivió a la
hoguera de milagro. Siglos después, su comportamiento escandaloso lo llevó a
ser internado en un hospital siquiátrico, y tratado como un loco durante años.
Todas aquellas aventuras lo mantenían entretenido, en espera del día en que lo
vinieran a buscar para devolverlo a su cubículo de dicha. Pero ese día jamás
llegó. Todas las noches, al momento de enviar su reporte diario, se le podía
ver mirando fijamente hacia los cielos, las estrellas más lejanas. Su planeta,
claro, se encontraba a millones de años luz de la estrella más lejana. En
ocasiones se sentía ridículo y burlado, pero no hubo noche en la que no
volviera a sentirse esperanzado al divisar algún brillo lejano en la inmensidad
de los cielos.
Un día se miró al espejo y comprendió
que había envejecido. Tal vez hacía siglos que venía envejeciendo, pero él
nunca había reparado en ello, en su planeta no existía la muerte, la vejez o la
enfermedad, o al menos eso pensaba hasta entonces. Y supo que iba a morir;
había envejecido, IBA A MORIR. Tal como un humano. Se cuestionó si existiría
algo más allá de la muerte, los hombres hablaban de un tal Dios, pero él no les
creía nada: los hombres eran demasiado mentirosos. Años después, antes de
morir, recibió la notificación de su enfermedad. Lo habían enviado allí, como a
muchos otros, para que pudieran terminar sus vidas en paz, y proteger a su
civilización de la enfermedad y de la muerte. Jamás hubo una misión, su misión
consistió en mantenerse alejado de ellos. Esperaban sinceramente que
comprendiera su destinación como un bien para su civilización. Mientras se
enteraba de todo esto, la vida se le escapaba del cuerpo, y ya nada pudo
retenerla ahí. Exhausto, dejó que sus últimos recuerdos vagaran hasta los días
felices en su planeta. Se imaginó aún acurrucado en su cubículo, feliz en su
solitaria conexión con los demás. Se vio a sí mismo el día en que pudo salir,
en el día de procreación, y en el que pudo al fin tocar la piel y estar físicamente
con uno de los suyos. Y la vida lo dejó para siempre en éste, el recuerdo más
feliz de toda su larga existencia.